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La mecánica del caracol

Historia y Ciencia

Tierra arrasada: la evolución de la guerra desde la prehistoria. Plantas que analizan la calidad del aire

El arqueólogo Alfredo González Ruibal presenta Tierra arrasada, libro que analiza el origen de la violencia colectiva y los cambios que ha experimentado en la historia. Raquel Esteban utiliza plantas para valorar la presencia de contaminantes en el aire urbano. Consiguen extraer rocas del manto.

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Somos una especie social, que vive en comunidad y establece estrechos lazos con su comunidad, para lo bueno y para lo malo. Aunque se trata de un factor de éxito para la supervivencia, para el desarrollo cultural, la cooperación tiene también, a menudo, fines violentos. Sin comunidades cuyos miembros cooperan habría violencia interpersonal pero... ¿habría violencia colectiva? Alfredo González Ruibal, arqueólogo en el Instituto de Ciencias del patrimonio del CSIC, presenta su libro Tierra arrasada, un viaje por las distintas expresiones de violencia y guerra que se han documentado a partir de restos arqueológicos desde el paleolítico hasta nuestros días. Un trabajo que se asoma a lo que queda pendiente en los libros de historia militar, porque expone lo que cuentan los lugares arrasados y las víctimas enterradas en fosas comunes.

El tráfico en las ciudades influye en la calidad del aire que respiramos y, aunque las ciudades cuentan con una red de sensores que ofrecen información sobre este parámetro, su número es limitado. Raquel Esteban, profesora de fisiología vegetal en la UPV-EHU, presenta el proyecto Fitorrastreando, que tiene como objetivo detectar cambios en la calidad del aire a partir de plantas convertidas en biosensores. Para ello han puesto en marcha una campaña de ciencia ciudadana en Euskadi y Navarra.

El geólogo Antonio Aretxabala da cuenta de un hito en el estudio de las capas de la Tierra, concretamente del manto. Un trabajo de perforación realizado en el Océano Atlantico ha conseguido extraer tubos de material de casi un km de largo que incluye rocas de esta capa, situada a unos 40 km de profundidad. Para conseguirlo han aprovechado la existencia de una zona en la que las rocas del manto son empujadas hacia arriba.

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