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JOSÉ FÉLIX AZURMEDI

Crónica de Euskal Herria, 2 de enero

AG

José Félix Azurmendi analiza cada semana en Crónica de Euskal Herria la actualidad. En su sabatina, resume los acontecimientos que han marcado la semana.

  • José Félix Azurmendi

    José Félix Azurmendi

    12:27 min
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En esta ocasión toca reparar en algo más que en la semana. Toca mirar al año que hemos dejado atrás, y también imaginar el que empieza. No perderé el tiempo recordando lo que nadie tiene necesidad de recordar en relación a la pandemia y sus consecuencias en la vida y la muerte de medio mundo, ni en recordar que sigue aquí y ha venido seguramente para quedarse. El coronavirus ha puesto todo patas arriba, y algo bueno se podría y debería extraer de ello. Ha demostrado que vivimos todos en el mismo planeta y que nada de lo que en él suceda nos es ajeno. El confinamiento hizo evidente que se puede atajar el deterioro de la madre tierra, que ha demostrado una capacidad extraordinaria de recuperación, con solo dejar de agredirla, exprimirla. Ha enseñado también que el protagonismo de la mujer es imparable y deseable, recuérdese si no a la alemana Angela Merkel o la neozelandesa Jacinta Ardern. Nos ha puesto a pensar en las ventajas de la sanidad y enseñanza públicas. Nos ha puesto a repensar en la vida y la muerte, en especial cuando se llega a la última etapa. Nos ha animado a replantear el ocio y el trabajo, y la escala de valores en nuestras vidas. Lo irreparable, debería servir al menos para recordar estas obviedades, que sería de paso el mejor homenaje a quienes quedaron en el camino.


Además de las vacunas, a través de Europa nos van a llegar unos fondos extraordinarios, a la manera de los que los Aliados destinaron para su recuperación tras la Segunda Gran Guerra, un Plan, el Marshall, del que la España franquista quedó exenta, aunque luego, a cambio de bases militares, llegaran unas toneladas de leche en polvo y queso amarillo, junto al vergonzoso reconocimiento del último dictador fascista del continente. Se trata para la Europa de la Unión de una ocasión sin precedentes, sobre la que se deberá estar ojo avizor para que los beneficios no lleguen como siempre a los de siempre. En el año que estrenamos y en los siguientes, es más que probable que la política con mayúsculas vaya a girar en toda la Unión Europea en la manera como se distribuyen estos fondos, en las prioridades que se establezcan, en el control de los mismos.

El Estado español se enfrenta de inmediato a más de un reto con repercusión general. Son inminentes las elecciones autonómicas catalanes, en juego en ellas mucho más que solo un nuevo Parlamento. A la palestra saldrán en campaña una monarquía tambaleante sobre la que ya se sugieren soluciones gatopardianas, la situación de los presos independentistas, los apoyos al Gobierno Sánchez, el papel del Ejército, nunca suficientemente en la reserva, la utilización espúrea de la Justicia y, en definitiva, los cimientos de un Estado malparido, urgido de una reconstrucción con actores más libres, menos amenazados que los que trenzaron aquella Transición que casi nadie se atreve ya a calificar de modélica. Los vascos estamos especialmente concernidos con la que suceda en Catalunya por lazos y coyunturas históricas, y porque de lo que allí salga dependerán también nuestras aspiraciones como pueblo, como sociedad.


Se ha dado a conocer que Salvador Illa será el candidato a la presidencia por parte del Partido Socialista de Catalunya. Me recuerda a Ernest Lluch, pero en soso: ministros de Sanidad ambos aunque no médicos, gafas, largo y descuidado flequillo, atildados pero informales, mochila al hombro… Illa me recuerda a Lluch, pero Ernest, a la espera de que Salvador baje a la arena y se manche los zapatos, más político, más combativo, más empático con los vascos. No se entiende que quienes denostaban a Illa por su gestión frente a la pandemia se mosqueen ahora porque se vaya a beneficiar de su protagonismo como principal gestor de ella: si tan mal lo hacía, se lo
cobrarán ahora, ¿o no? Los políticos catalanes de la Transición, incluidos si no más los de izquierdas, venían de lo que se definía como buenas familias. También los de derecha, nacionalistas o no. Era esta una diferencia más desde el antifranquismo entre vascos y catalanes.


En Euskadi no solo ha sido posible llegar a las más altas magistraturas sin ser de familia bien, sino que era más probable si te movías en el mundo abertzale. Incluso Garaikoetxea, que verdad es que casó bien y pareció otra cosa, vino de la clase media baja, y Ardanza, Ibarretxe, Urkullu, de la clase trabajadora, ilustrada, eso sí. Fue el primer lehendakari excepción, porque de Agirre sí se puede decir que era de familia burguesa, pero sin exagerar: la gran burguesía de su entorno, en su mayoría, se alinearon con el Alzamiento y se beneficiaron de la dictadura. En los políticos vascos de la Transición había mucho seminarista, porque los hijos de familias de pocos recursos se educaban en las instituciones religiosas, que los captaban con la esperanza de que entre todos se decidieran algunos a quedarse. Lo que no había en esos tiempos era la paridad de género, que es hoy una realidad por méritos propios, que fue imponiéndose luego lentamente y fruto del combate. No me olvido en esta somera revisión improvisada para la ocasión del lehendakari López, para el que no se me ocurre otra explicación que las circunstanciales. Y no me olvido de los presidentes y presidentas navarras, cada uno de ellos y ellas de explicación particular e imposible generalización.

Para terminar he elegido una pregunta y una reflexión que aúna lo político y lo profesional. ¿Cuál es el interés informativo de la divulgación a todo trapo de los acercamientos o los trasvases de los presos de ETA, cuál es el interés de recordar con todo detalle y en lugar prominente las causas por las que fueron condenados y por las que han cumplido las penas en su totalidad y sin ningún privilegio? ¿Qué se busca con las fotos de los presos saliendo de prisión con la pena cumplida y recibidos por tres o cuatro familiares? ¿Re-victimizar, fomentar el odio, la venganza? De alguna prensa era esto esperable, pero de destacar informativamente los últimos movimientos de presos no se libra ninguna, como si hiciera falta que se supiera que se van consiguiendo logros que justifican ciertas políticas novedosas que antes se desecharon, si no fue que se combatieron. Dejemos a los presos en paz, respetemos sus derechos y los de sus familiares, que también los tienen, no alimentemos pasiones, no removamos sufrimientos con recordatorios sin ningún interés informativo.

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