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Análisis
Iñigo Herce
- Redacción -
El anuncio de poner fin a su trayectoria alimenta la sensación de 'impasse' que vive el inconcluso proceso hacia el final de la violencia.
La decisión de Lokarri de poner fin a su andadura es una consecuencia más de la Euskadi post-ETA. Gesto por la Paz, otro movimiento surgido desde e la sociedad civil durante los años más duros del terrorismo también decidió terminar su andadura tas el anuncio del final de la violencia. Ambas organizaciones han concluido que su papel y su función perdía su sentido en el nuevo escenario político y social, con una sociedad desmovilizada y con el ansia de pasar página respecto a los capítulos negros de nuestra historia reciente.
Lokarri, que se define a sí misma como una "red ciudadana por el acuerdo, la consulta y la reconciliación", ha trabajado durante sus ocho años de vida en diferentes ámbitos, aunque su aportación más relevante sea quizá la menos visible, aquella que se ha producido en las bambalinas de la política vasca. Desde una postura contraria a toda vulneración de derechos, Lokarri ha ejercido una labor dirigida a tejer complicidades, a superar barreras, a fomentar el diálogo y a promover un clima social que tenía implícito el mensaje de que el problema vasco no podía tener en su núcleo a una organización que practicaba el tiro en la nuca.
La búsqueda de un espacio de interlocución con todas las partes, lejos de los extremos, le ha acarreado censuras y críticas desde ámbitos políticos que le han reprochado equidistancia, cuando no directamente toma de partido. Curiosamente, también Gesto por la Paz, una organización elogiada durante muchos años, sufrió en sus carnes el desprecio cuando su postura firme de defensa de todos los derechos humanos y de oposición a cualquier violación de los mismos no casaba con la de quienes pedían un voltaje más agresivo y un alineamiento con las tesis imperantes, lo que derivó en su postergación pública para dar paso a aquellas organizaciones que mejor acompañaban al "pensamiento único".
La labor y aportación de grupos como Gesto y Lokarri merecen ser reconocidas como altamente positivas, por cuanto desarrollaron su trabajo en el seno de una sociedad muy necesitada de mensajes claros y organizaciones que rompieran barreras y construyeran puentes entre diferentes, cuando no adversarios.
Organización que ha contribuido a la movilización social en momentos de fuerte carga emocional y política, durante sus últimos años, Lokarri ha asumido un papel mediador y de agente propiciador del proceso de paz. Ha sido una especie de motor interno ajeno a las dinámicas e intereses de los partidos, lo que ha hecho posible, entre otras cuestiones, que personalidades del ámbito internacional hayan podido mantener un hilo directo y discreto con la realidad vasca mientras desarrollaban su labor de contacto con ETA y su entorno.
El anuncio de poner fin a su labor alimenta la sensación de “impasse” que vive el inconcluso proceso hacia el final de la violencia, al tiempo que deja la duda de quién va a ejercer la labor de intermediación que en algunos momentos se ha constatado necesaria. ¿Quién responderá al teléfono cuando Mannikalingam llame a Euskadi?
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