Zinemaldia
Entrevista
Natxo Velez | eitb.eus
El cineasta donostiarra está de vuelta al festival de su ciudad, en el que este año presenta su primer largometraje de ficción, ‘Oreina’. Hemos hablado con él.
Koldo Almandoz
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Koldo Almandoz volverá a participar este año en el Zinemaldia, por tercer año consecutivo (en 2016 presentó Sipo phantasma y su contribución al film colectivo Kalebegiak y en 2017 el documental Plágan), y lo hará con su primer largometraje de ficción, Oreina.
En esta película, más convencional que sus anteriores trabajos, Almandoz guía al espectador libremente, sin ninguna imposición, y lo invita a zambullirse en el pantano que, de una manera u otra, rodea y salpica a todos los protagonistas del filme.
El cineasta donostiarra deja pistas y hace guiños más o menos evidentes al espectador durante los 88 minutos que dura la historia protagonizada por cinco personajes que escapan del arquetipo y de la epopeya.
La soledad, la incomunicación, los impulsos y el desengaño son algunos de los elementos que desfilan por una película sin artificios, en que el espectador se siente atraído por unos personajes que causan mayor fascinación por aquello que esconden que por lo que muestran. Hemos hablado con Almandoz para sumergirnos hasta el fondo en el universo de Oreina.
Oreina es una historia mucho más común en la formal que tus anteriores Sipo phantasma o Plágan. ¿Es la propia historia la que te ha exigido un planteamiento así? ¿Qué llegó antes, la historia o su formato?
Por un lado, ya tenía fichados desde hace tiempo tanto la marisma como la casa, esa geografía tan particular me parecía muy cinematográfica. Por otro lado, quería ponerme el reto de alejarme de mi zona de confort y hacer algo más convencional. Oreina es el resultado.
Se trata de un proyecto mayor y más caro que los anteriores, en el que habéis trabajado más de 60 personas. Para un director tan personal como tú, ¿cómo ha sido trabajar a la cabeza de un equipo tan grande? ¿Te has sentido presionado?
Sí, sobre todo por la presión que yo mismo me he impuesto. De alguna manera, suelo necesitar tensión para trabajar, no sé trabajar desde la comodidad. Por otro lado, esto ha sido posible gracias a que la productora Txintxua Films no ha querido presionarme ni hacer cambios y me ha dado libertad absoluta.
Por tanto, al no poder pelearme con nadie más, la lucha ha sido conmigo mismo.
Durante la película, la información llega al espectador con cuentagotas. ¿Cómo has trabajado eso en el guion?
Me parece que aquello que escondemos nos define mejor que lo que decimos. Yo ya no me fío de lo que nadie dice sobre sí mismo. Y ya que no nos podemos fiar de lo que la gente dice (currículums, másteres, redes sociales…), nos tendremos que fiar de lo que esconden.
Tus propuestas suelen interpelar al espectador. ¿Crees que los espectadores son demasiado pasivos? ¿Cabría pedirles un esfuerzo?
No sé si esfuerzo es la palabra adecuada; quizás, complicidad, que sean parte de la película.
Hay que crear una cierta interacción, que descubra cosas por su cuenta y, además, que no se frustre por aquello que no descubra. No conviene saber todo. Siempre ha de haber lugar al misterio. Sin misterio, el cine no es nada.
El peso de la película lo soportan personajes cotidianos que no suelen estar alumbrados por los focos. ¿Se trata de algo buscado? ¿Qué te ha llevado a dirigir tu mirada a ellos?
Quería hablar de personas más que de colectivos. Las personas que aparecen en la película no suelen salir en “Teleberri”, no son marginales (no tienen problemas para salir adelante) pero viven al margen… Un margen contemporáneo.
El inmigrante no es tipo de emigrante arquetípico que se nos suele mostrar, no aparece en un barco en mitad del mar, ni con una gran mochila a la espalda, ni saltando una valla… Pero está en nuestra realidad, aunque no le hagamos caso. Esos emigrantes son ya “nosotros”.
Creo que uno de los ejes de la película es la incomunicación. ¿Cómo vive un creador que siente la necesidad de comunicarse la incomunicación que nos rodea?
Es cierto que los personajes están solos, pero no es una soledad traumática. Creo que la vida de cualquiera de nosotros está repleta de momentos de soledad. Cada día, en el tránsito, de camino al trabajo o a casa, en la calle. Y no me parece una carencia.
En tiempos en los que despreciamos la soledad, creo que los personajes de la película nos dan otro punto de vista, el de la normalidad, sin dramas. Son personajes con penas y frustraciones, pero ¿acaso no tenemos todos que vivir con nuestras frustraciones?
Laulad Ahmed es Khalil en 'Oreina'
Has trabajado con actores consolidados como Patxi Bisquert y Ramon Agirre y con el actor no profesional Laulad Ahmed. ¿Cómo ha sido la experiencia?
Ha sido un lujo para trabajar. Laulad ha aprendido mucho junto a estos dos actores, y tanto Erika (Olaizola) como Iraia (Elias) han hecho un gran trabajo. Todos han aportado la contención que les he pedido.
Y, por otro lado, Laulad, al no tener experiencia previa como actor, ha aportado un punto de realismo a la película.
La ribera de Saria, en Aginaga, es casi otro personaje. ¿Qué dirías que ha aportado a la historia?
Efectivamente, otro de los protagonistas es la periferia, esta periferia especial que no solo se aprecia en el río Oria, sino en muchos otros lugares de Euskal Herria. Y creo, además, que el entorno talla de alguna manera la personalidad y la conducta de sus habitantes.
En ese sentido, el río es importante, en su movimiento perpetuo: ese montón de frases del tipo “nunca te volverás a bañar en el mismo río”. No querría ponerme poético, pero el río es un elemento muy cinematográfico.
Una vez compartido el resultado de tu trabajo, ¿qué futuro le auguras a Oreina?
Con que tenga un futuro, es suficiente. Para el espectador, Oreina es presente y futuro, mientras que para mí es pasado, una historia que ya no se puede cambiar, un barco que ya partió del puerto y nunca regresará.
Y no me preguntes nada más, que ya he tomado la pose de “poetucho”.
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