Internacional -
Análisis
El espejo escocés
Escocia no será independiente, pero este proceso no sólo no le ha castigado, sino que le permitirá gozar de una mayor autonomía respecto de Londres.
Iñigo Herce | EITB.EUS
Gran Bretaña y Escocia han dado todo un ejemplo de democracia. Los escoceses han decidido de forma libre y pacífica su futuro político. Esto ha sucedido en el corazón de Europa, en el sistema democrático más viejo del Continente. El referéndum del 18 de septiembre consolida y fortalece la democracia británica, que sale más legitimada del proceso.
David Cameron ha sido el gran triunfador. El premier británico tenía ante sí un reto que, de haber perdido, le habría acarreado la dimisión. No en vano, fue el político conservador quien respondió con un 'todo o nada' a la reivindicación de mayor autogobierno de los nacionalistas escoceses, y puso encima de la mesa la opción de un referéndum de independencia sin medias tintas. Lo cual, entre otras cosas, muestra al mundo una madurez democrática singular y envidiable. Todo el sistema político británico, incluida la Corona, ha aceptado votar en referéndum la posibilidad de que una parte del Reino se desgaje para siempre. Insólito.
No sólo eso: David Cameron ha anunciado en su primera comparecencia una ley que dará mayor poder a Escocia en cuestiones tales como la fiscalidad, cumpliendo así desde el minuto uno con la palabra dada durante el último tramo de la campaña por las fuerzas unionistas de Westminster. Escocia no será independiente, pero este proceso no sólo no le ha castigado, sino que le permitirá gozar de una mayor autonomía respecto de Londres. Cameron, eso sí, ha apostillado que la votación cierra el debate sobre la independencia 'para una generación o, quién sabe, quizá para siempre'.
Pese a que durante las últimas semanas el nerviosismo de los partidarios del 'no' ha provocado que se acentuaran los mensajes del miedo, todo el proceso vivido durante los dos últimos años han mostrado al mundo entero que la política es, debe y puede ser el arte de resolver los conflictos.
Y es que, al contrario que el otro ejemplo tan utilizado por unos y por otros a la hora de comparar modelos de referéndum, en Escocia no había una 'ley de claridad' como en Quebec, cuyo Tribunal Supremo estableció que la independencia debería ser validada por una amplia mayoría. No. En Escocia ambas partes habían llevado el ejercicio democrático hasta el extremo, aceptando de antemano el resultado fuera cual fuera el margen.
Lo cual hace una función de espejo gigante para todo Europa y el resto del mundo. Ante un deseo mayoritario de la ciudadanía y sus representantes políticos, argumentar que las leyes impiden pronunciarse muestra falta de confianza y escaso talante democrático. ¿Podrá mirarse alguna vez España en ese gran espejo?